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La veterana y maravillosa actriz francesa, Catherine Deneuve, en su paso por Madrid para promocionar su última película Potiche (“mujer florero”), nos dejó una divertida escena en la que se encendió un cigarro en medio de la rueda de prensa. Tras el aviso de un periodista de que en España está prohibido fumar en sitios públicos, ella lo apagó refunfuñando. Este incidente, que enfadó a muchos, a otros nos trajo el recuerdo del tiempo en el que fumar era obligatorio para una gran diva del cine.


Freud dijo una vez que, raramente, un cigarro es solo un cigarro. Al menos esto es así en las películas. Aunque los significados y usos de los cigarros han cambiado a lo largo de las décadas, el tabaco siempre ha tenido una importancia enorme en el cine. Podría decirse que es el objeto inanimado simbólico que más significados diferentes tiene. Con el simple acto de fumar se pueden dar a entender numerosas características de la personalidad de un actor, un estado de ánimo, o el carácter de una relación. Sin embargo, hay una diferencia importante entre cómo fuman el hombre y la mujer, del mismo modo, que hay una diferencia social de cómo el hombre y la mujer han sido vistos en la historia y en cómo han sido representados en todo tipo de narración (literaria, pictórica, audiovisual...).

Los hombres, en el cine, fuman en cualquier situación y bajo cualquier circunstancia (tomando un café, paseando...). No necesitan justificar el acto por el que fuman. Pueden hacerlo con total libertad, pero, ellas, en cambio, siempre tienen un motivo por el que fumar. Le dan un significado adicional al acto cotidiano del fumar. Cada vez que una mujer coge un cigarro en la escena está dando a entender mucho más de lo que se puede ver a simple vista. Y, por supuesto, la mujer más relacionada con el humo es la femme fatale del cine negro.

El poder de la femme fatale se expresa tanto visualmente como icónicamente. La iconografía es explícitamente sexual: pelo largo, comúnmente rubio o castaño, maquillaje y joyas. Cigarros con volutas de humo se convierten en rasgos de una sensualidad oscura e inmoral. Las piernas largas, el vestuario o la ausencia de él. Y un elemento novedoso, las alusiones fálicas son constantes. Se puede intuir, claramente, en las pistolas, pintalabios, zapatos de tacón y, sobre todo en los cigarrillos que constantemente se llevan a la boca. El cigarrillo es un reclamo sexual en casi todas las situaciones. Favorece el acercamiento entre los dos protagonistas y les une mediante un código común. Con un juego de miradas, de comunicación no verbal, de posición de cuerpos...

La femme fatale es una creación masculina que surge a mediados del siglo XIX debido a la creciente misoginia surgida por el temor a la independencia creciente de la mujer y da lugar a la aparición de una abundante imaginería literaria y visual del mito. Los hombres eran los autores de todas esas obras pictóricas o literarias en las que se mostraba a la mujer como la muerte, la enfermedad, la perdición, el peligro, la ruina, el pecado...

Ellas siempre han sido la otra cara de la moneda de la representación de la mujer como madre o esposa. Es una contraposición que ha existido siempre como una dicotomía entre el amor puro, fiel y religioso de la madre y el amor pagano, sexual y peligroso de la femme fatale. Como dice la actriz Lisabeth Scott en una entrevista:

“Cuando la mujer fatal ama, lo hace de verdad, con todo su corazón. A diferencia de la esposa que tiene que dividirse cuidando a los niños, yendo a la iglesia, fregando el suelo... Con la mujer fatal es posible alcanzar el ideal romántico.”

Como vemos, es la esposa y madre la que se ocupa de la casa, de la estabilidad, de la sensación de control y reposo. Es con la esposa con la que se quiere llegar a viejo, la mujer que quieres que cuide y críe de tus hijos, que te haga tartas el día de tu cumpleaños, con la que quieres ir a las fiestas del vecindario y mostrar en público... Pero es con la mujer fatal con la que quieres vivir la juventud, con la que quieres apasionarte, ser tu mismo, entregarte, divertirte y notar cómo el deseo te hace perder la cabeza, con la que quieres viajar a lugares exóticos, pero a la que, con el tiempo, abandonarás para volver a la tranquilidad del lecho matrimonial y a la paz de la mecedora en el porche.

Sin embargo, con el tiempo, se comprobó que, aunque llevara a la perdición, los espectadores se sentían mucho mas atraídos por la femme fatale que por la esposa mojigata. Las mujeres deseaban, en lo más hondo, ser como ellas, y los hombres deseaban encontrar a esa mujer con ese punto de picardía, inteligencia y lascivia, que en la vida real, sólo encontrarían, con suerte, en la intimidad del dormitorio, aunque fuera fugazmente, pero nunca a los ojos del resto de la sociedad. Por este motivo, se decidió que se debía introducir en la protagonista un punto de sensualidad por lo que, poco a poco, se fue permitiendo a la mujer buena fumar en momentos puntuales en los que quisiera conquistar al hombre o mostrarse más transgresora y atractiva. De este modo, el fumar se fue popularizando y dejó de ser únicamente el vicio de la prostituta pasando a ser el de todas las mujeres que se mostraban, quitándoles esa inocencia atontada.

Es decir, una mujer moderna e independiente expresa su libertad y su proceso de individualización encendiendo un cigarrillo; primero en los lugares adecuados, después casi en cualquier parte. El cigarrillo le sirve a la mujer moderna para dirigirse a los demás y decirles: “yo soy yo y hago lo que quiero”. Por eso, ese cigarrillo importa si es exhibido, sólo si alguien lo ve. De nada sirve fumar a oscuras. En estas películas se muestra a una mujer que cumple todos los tópicos que se llevan manteniendo durante años y que sirven de modelo para todas las generaciones posteriores de mujeres inconformistas, liberadas, seductoras como se ve en el personaje de Sally Bowles que interpreta Liza Minelli en Cabaret, expresa su admiración por una de estas pioneras, la actriz Lya de Putti.

El cine negro expresa y sintetiza la alienación de las mujeres y sitúa su causa muy claramente en el exceso de sexualidad femenina vista como consecuencia natural de su incipiente independencia, al tiempo que castiga dicho exceso para situarlo de nuevo bajo el orden dominante. Así pues, se podría afirmar que el cine negro responde estructuralmente a una fantasía masculina, es decir, a un tipo de narrativa construida por y para el hombre, como las que constituyen la mayor parte de nuestra cultura.

Escrito por Elena Cordero.